Relato corto.
Por: Mónica Thomas
Rating: apto todo público
Categoría: Drama
Pétalo
La niña, desorientada, abrió los ojos con cuidado mientras se
incorporaba. ¿Dónde estoy? se preguntó. Aquel mundo le era extraño y le parecía
que nada era como debía ser, sin embargo no pudo explicar porqué.
Se puso de pie lentamente y comenzó a caminar sin rumbo por un sendero
rodeado de flores. Algo le faltaba a esas flores. Se sentía extraña.
Tomó una margarita en sus manos y comenzó a deshojarla mientras repetía
el viejo juego "me quiere", "no me quiere". Hasta que una
señora la sacó de su ensimismamiento:
-No deberías estar en la calle a estas horas, deberías ir a tu casa.
-No sé donde vivo.- dijo la niña preocupada.-¿Dónde estoy?
-En la ciudad.- contestó la mujer con certeza.
-¿En qué ciudad?
La señora la miró extrañada.-¿Cómo en qué ciudad? En la única.
Siguieron caminando a la par sin hablarse por unos minutos, cada una
pensando en la extraña situación. La pequeña no entendía donde estaba ni que
era lo que estaba fuera de lugar, mientras que la mujer se preguntaba que le
pasaría a esa niña que parecía tan fuera de lugar. Pero eso cambio de ser
cuando la jovencita preguntó:
-¿Nota algo raro en esta flor?
-Sólo que le faltan los pétalos que quitaste.
-Estaba jugando a "me quiere, no me quiere".- dijo temerosa de
una reprenda.
-¿Y para qué? Todo el mundo sabe que siempre sale el mismo resultado.
-No, no siempre.- replicó.- depende...
Pero fue interrumpida en seco.
-Sos demasiado joven para recordar eso.
-¿Recordar qué?
-Que las margaritas crecían con diversa cantidad de pétalos.
Siguieron unos pasos más hasta que la mujer se detuvo de nuevo.
-Deberías venir a casa antes que anochezca, no podés estar después de
las trece de la noche en la calle o te arrestarán.
-¿Es qué acaso no es de noche ya?
-No, faltan un par de horas.
-Pero ya está oscuro.
La señora arqueó una ceja.- Siempre está oscuro, eres muy joven para
recordar otra cosa.
-Como las margaritas.
-Como las margaritas.
El abuelo jugaba a las cartas con su nieto y la saludó con una sonrisa
cordial. La mujer lo llamó a parte y ella pudo escucharlos hablar.
-La encontré en el parque, está un poco desorientada.
-Pobrecita.
-Recuerda las margaritas y cuando había luz. También preguntó cómo se
llamaba la ciudad.
-Pero es demasiado joven para recordarlo.- dijo pensativo el abuelo.
-Quizá no sea de por acá, sino de por allá.
-De dónde es él...
-Shhh.
-Esto es obra de ya sabemos quién.- dijo el detective observando un muro
en el cual decía "Se llama violencia, ese es su nombre"
-¿Cómo te llamás?- preguntó la niña a la mujer y todos los tenedores
quedaron a mitad de camino entre el plato y las bocas.
-¿Cómo...? - repitió la señora con voz cortada.
-Si ¿Cuál es tu nombre?
-No lo sé.- contestó extrañada. -¿Vos tenés uno?
La pequeña quedó pensativa.-No lo recuerdo.- dijo al fin triste y
decaída. -Pero debo tenerlo ¿no?
Al abuelo se le llenaron los ojos de lágrimas, esa niña comenzaba a
recordar como era antes.
-¿Usted tampoco tiene nombre abuelo?- preguntó la pequeña finalizada la
cena.
-Solía tener uno, pero hace tanto tiempo que no lo recuerdo. Desde que llegó
el detective que nadie tiene nombre.
-¿Por qué?
-¿Vos que pensás?
-Que sin nombre no podemos identificarnos, ¿cómo se que yo soy yo si
todas las niñas se llaman como yo? - Preguntó extrañada.
El abuelo sonrió. -Muy bien, ahora es hora de dormir que ya es tarde.
La niña no se atrevió a cuestionar como sabían si era tarde o no, pues
estaba oscuro desde que despertó en el parque.
A la mañana siguiente la ciudad seguía estando oscura, pero de alguna
manera supo que era un día nuevo y se levantó con optimismo. Tomó la margarita
que comenzaba a marchitarse y bajó a desayunar. El abuelo la esperaba con una
sonrisa mientras la mujer hacía unos mates y comían bizcochos.
-Veo que tu flor se está marchitando.- comentó el abuelo al ver lo que
traía en sus manos.
-Lo siento.- dijo sintiéndose fatal por haber jugado a "me quiere,
no me quiere" con ella.
-¿Por qué lo sientes?
-Porque yo la corté, y arranqué sus pétalos por un juego estúpido.- dijo
enfadada consigo mismo.
-Y vos creés que si la hubieses dejado dónde estaba no se hubiese
marchitado.- No era una pregunta, sino una confirmación.
-Por lo menos hubiese tardado más en hacerlo, tarde o temprano se
hubiese marchitado, las flores lo hacen, pero si yo no la cortaba...
Mientras decía aquellas palabras se daba cuenta de que no había nada que
cambie la naturaleza de la flor, que había nacido para vivir feliz, embellecer
y morir marchita, ya sea junto a las demás o en sus manos. Cuando ese
pensamiento la invadió, pasó algo mágico. La flor cambió, el tallo se puso verde,
los pétalos blancos y el centro amarillo y ante aquel milagro se dio cuenta que
era lo que faltaba en ese lugar. Color.
-Otra correría de él.- anunciaba el detective ante la calle sin nombre y
sin sentido que ahora anunciaba "Por allá se avanza, por allá se
retrocede" acompañada de dos flechas.
Todos estaba impresionados en la casa, hacía mucho que no veían el
color, tanto que ya lo habían olvidado. No recordaban lo que se sentía ver en
colores, sentir en colores, todo parecía nuevo ante esa margarita que ahora se
mostraba tal cual era.
-Es increíble.- dijo el abuelo sonriendo, -sabía que podías.
-Yo no.- contestó con timidez.- Notaba que algo estaba mal, pero no
sabía qué.- dijo con timidez y vergüenza.-
Si lo hubiese sabido antes podría haber devuelto el color a sus vidas.
Ahora todo es gris.
La pequeña se sentía derrotada ante la inmensidad descolorida, pero el
abuelo la hizo mirar la flor y de pronto recuperó la esperanza, por un momento
se sintió capaz de volver a hacer que la ciudad brille.
-¿Podremos?- preguntó con miedo a que la reten, a que se burlen de su
necesidad de volver al ver color.
-¡Podés! - dijeron con énfasis todos los integrantes de la familia.
-¿Y si es demasiado para mí? - temió fracasar.
-Para eso estamos nosotros. Vos sos la única que puede hacerlo, ¡pero
eso no quiere decir que estés sola! Estamos con vos.
Al finalizar el día la ciudad estaba llena de color y vida, quizá
algunas cosas no correspondían con su color original, pero a nadie le importó,
así era como la niña lo recordaba, entonces así era como debía ser.
Al otro día salió el sol.
-Sólo resta una cosa antes de que te marches. - Las palabras estaban
llenas de nostalgia y felicidad.
La niña lo miró con los ojos abiertos y esperanzados, aquel viaje había
sido increíble y aunque aún no entendía dónde estaba, sabía para qué estaba. Y
eso la hizo sentirse llena y feliz.
-Ayer el detective se volvió loco al ver el color, comenzó a tener miedo
de que su ciudad gris se derrumbase.
-¿Por qué hizo esto?
-¿Vos que creés?
-No lo sé, quizá se sintió amenazado por el color de alguna manera, o
desplazado, o capaz alguien lo lastimó.
Se quedaron en silencio, la niña sintió que esa no era la respuesta que
el abuelo esperaba y volvió a ponerse triste. Como si una verdad se escapaba,
algo como el color de la margarita. No podía dejar de darle vueltas al asunto y
pasaban los días y comenzaba a sentirse atrapada.
Por más que la ciudad era de colores, por más que ella lo hubiese hecho,
sentía que le faltaba resolver el enigma del abuelo.
Pasaron las semanas, y el miedo volvió a atraparla, las noches se hacían
más largas y cada vez había más cosas
perdiendo su color.
Salió a caminar para despejarse y encontró un letrero que la incomodó.
"¿Puedes perdonar de verdad?" obra de ya sabía quién.
Debía a caso perdonar al detective por hacer la ciudad gris, por quitar
los nombres a las cosas y que pierdan identidad, por hacer que todas las
margaritas tengan la misma cantidad de pétalos y den siempre el mismo
resultado.
A medida que ese sentimiento de perdón la invadía, la ciudad se tornaba
gris tras sus pasos - por delante el color, por detrás el gris. Comenzó a
llorar desesperadamente, ella había devuelto el color y ahora lo quitaba, que
injusto era todo. Y ese letrero, ¿Qué quería decir? Debía perdonar al detective
por hacer la ciudad gris pero ¿a ella? ¿A ella quién la perdonaría por haber
teñido de color y esperanzas y ahora quitárselo?
Y de pronto lo entendió, ella no había teñido de gris la ciudad. Lo
había permitido. El color había vuelto, pero iba a permitir de nuevo que se lo
quiten. Lo único que podía impedir que eso vuelva a pasar era el perdón. Ahí
estaba la clave, en perdonar, como decía el letrero.
El perdón es válido cuando uno se siente arrepentido, no se puede
perdonar al detective si él no se arrepiente de verdad, pero ¿ella? ¿Estaba
ella a caso arrepentida?
Supo la respuesta al instante: ¡Si, lo estaba! No había hecho nada malo,
pero dependía de ella impedir que alguien si lo haga en su ciudad, porque si lo
permitía, dejaba de ser "Su ciudad" y pasaba a ser de él y eso no
debía pasar.
¡Si, la solución era el perdón! Y ella, se perdonaba a sí misma.
Corrió, corrió veloz a contarle al abuelo que ahora entendía, y a medida
que corría la ciudad volvía a brillar, pero no solo eso. Volvían los aromas,
los gustos, las brisas. Se sentía viva.
El abuelo la esperaba con los brazos abiertos y ella se arrojó liviana y
libre.
-Recuerda que allá donde vayas habrá muchos como nosotros, dispuestos a
ayudarte a cumplir con todo lo que te propongas, a tenderte una mano cuando
tropieces, a darte un hombro para que llores, a cocinar cuando festejes. Donde
vayas, no vas a estar sola.
-Gracias. - dijo la niña emocionada. - Me llamo Carla.- y se desvaneció.
Carla abrió los ojos con cuidado encandilada por la luz de la ventana.
Su ojo derecho escocía y recordó que había recibido un golpe allí cayendo
aturdida y desorientada en el piso de la habitación. Se había desmayado con el
golpe ; comenzó a llorar.
De pronto la ciudad gris apareció frente a ella. "No es mi culpa
que se marchite", "Yo puedo devolver el color , cuento con ayuda,
pero sólo yo puedo", "Me perdono por haberlo permitido, no fue mi
culpa, pero depende de mí que no pase de nuevo" y el último pensamiento
fue interrumpido por una doctora:
-No estás sola.
-¿Puede llamar a mi hermana?
Ya no había vergüenza.
Mónica Thomas.