martes, 16 de abril de 2013


Relato corto.
Por:  Mónica Thomas
Rating: apto todo público
Categoría: Drama 




Pétalo

La niña, desorientada, abrió los ojos con cuidado mientras se incorporaba. ¿Dónde estoy? se preguntó. Aquel mundo le era extraño y le parecía que nada era como debía ser, sin embargo no pudo explicar porqué.
Se puso de pie lentamente y comenzó a caminar sin rumbo por un sendero rodeado de flores. Algo le faltaba a esas flores. Se sentía extraña.
Tomó una margarita en sus manos y comenzó a deshojarla mientras repetía el viejo juego "me quiere", "no me quiere". Hasta que una señora la sacó de su ensimismamiento:
-No deberías estar en la calle a estas horas, deberías ir a tu casa.
-No sé donde vivo.- dijo la niña preocupada.-¿Dónde estoy?
-En la ciudad.- contestó la mujer con certeza.
-¿En qué ciudad?
La señora la miró extrañada.-¿Cómo en qué ciudad? En la única.
Siguieron caminando a la par sin hablarse por unos minutos, cada una pensando en la extraña situación. La pequeña no entendía donde estaba ni que era lo que estaba fuera de lugar, mientras que la mujer se preguntaba que le pasaría a esa niña que parecía tan fuera de lugar. Pero eso cambio de ser cuando la jovencita preguntó:
-¿Nota algo raro en esta flor?
-Sólo que le faltan los pétalos que quitaste.
-Estaba jugando a "me quiere, no me quiere".- dijo temerosa de una reprenda.
-¿Y para qué? Todo el mundo sabe que siempre sale el mismo resultado.
-No, no siempre.- replicó.- depende...
Pero fue interrumpida en seco.
-Sos demasiado joven para recordar eso.
-¿Recordar qué?
-Que las margaritas crecían con diversa cantidad de pétalos.
Siguieron unos pasos más hasta que la mujer se detuvo de nuevo.
-Deberías venir a casa antes que anochezca, no podés estar después de las trece de la noche en la calle o te arrestarán.
-¿Es qué acaso no es de noche ya?
-No, faltan un par de horas.
-Pero ya está oscuro.
La señora arqueó una ceja.- Siempre está oscuro, eres muy joven para recordar otra cosa.
-Como las margaritas.
-Como las margaritas.

El abuelo jugaba a las cartas con su nieto y la saludó con una sonrisa cordial. La mujer lo llamó a parte y ella pudo escucharlos hablar.
-La encontré en el parque, está un poco desorientada.
-Pobrecita.
-Recuerda las margaritas y cuando había luz. También preguntó cómo se llamaba la ciudad.
-Pero es demasiado joven para recordarlo.- dijo pensativo el abuelo.
-Quizá no sea de por acá, sino de por allá.
-De dónde es él...
-Shhh.

-Esto es obra de ya sabemos quién.- dijo el detective observando un muro en el cual decía "Se llama violencia, ese es su nombre"

-¿Cómo te llamás?- preguntó la niña a la mujer y todos los tenedores quedaron a mitad de camino entre el plato y las bocas.
-¿Cómo...? - repitió la señora con voz cortada.
-Si ¿Cuál es tu nombre?
-No lo sé.- contestó extrañada. -¿Vos tenés uno?
La pequeña quedó pensativa.-No lo recuerdo.- dijo al fin triste y decaída. -Pero debo tenerlo ¿no?
Al abuelo se le llenaron los ojos de lágrimas, esa niña comenzaba a recordar como era antes.

-¿Usted tampoco tiene nombre abuelo?- preguntó la pequeña finalizada la cena.
-Solía tener uno, pero hace tanto tiempo que no lo recuerdo. Desde que llegó el detective que nadie tiene nombre.
-¿Por qué?
-¿Vos que pensás?
-Que sin nombre no podemos identificarnos, ¿cómo se que yo soy yo si todas las niñas se llaman como yo? - Preguntó extrañada.
El abuelo sonrió. -Muy bien, ahora es hora de dormir que ya es tarde.
La niña no se atrevió a cuestionar como sabían si era tarde o no, pues estaba oscuro desde que despertó en el parque.
A la mañana siguiente la ciudad seguía estando oscura, pero de alguna manera supo que era un día nuevo y se levantó con optimismo. Tomó la margarita que comenzaba a marchitarse y bajó a desayunar. El abuelo la esperaba con una sonrisa mientras la mujer hacía unos mates y comían bizcochos.
-Veo que tu flor se está marchitando.- comentó el abuelo al ver lo que traía en sus manos.
-Lo siento.- dijo sintiéndose fatal por haber jugado a "me quiere, no me quiere" con ella.
-¿Por qué lo sientes?
-Porque yo la corté, y arranqué sus pétalos por un juego estúpido.- dijo enfadada consigo mismo.
-Y vos creés que si la hubieses dejado dónde estaba no se hubiese marchitado.- No era una pregunta, sino una confirmación.
-Por lo menos hubiese tardado más en hacerlo, tarde o temprano se hubiese marchitado, las flores lo hacen, pero si yo no la cortaba...
Mientras decía aquellas palabras se daba cuenta de que no había nada que cambie la naturaleza de la flor, que había nacido para vivir feliz, embellecer y morir marchita, ya sea junto a las demás o en sus manos. Cuando ese pensamiento la invadió, pasó algo mágico. La flor cambió, el tallo se puso verde, los pétalos blancos y el centro amarillo y ante aquel milagro se dio cuenta que era lo que faltaba en ese lugar. Color.

-Otra correría de él.- anunciaba el detective ante la calle sin nombre y sin sentido que ahora anunciaba "Por allá se avanza, por allá se retrocede" acompañada de dos flechas.

Todos estaba impresionados en la casa, hacía mucho que no veían el color, tanto que ya lo habían olvidado. No recordaban lo que se sentía ver en colores, sentir en colores, todo parecía nuevo ante esa margarita que ahora se mostraba tal cual era.
-Es increíble.- dijo el abuelo sonriendo, -sabía que podías.
-Yo no.- contestó con timidez.- Notaba que algo estaba mal, pero no sabía qué.- dijo con timidez y vergüenza.-  Si lo hubiese sabido antes podría haber devuelto el color a sus vidas. Ahora todo es gris.
La pequeña se sentía derrotada ante la inmensidad descolorida, pero el abuelo la hizo mirar la flor y de pronto recuperó la esperanza, por un momento se sintió capaz de volver a hacer que la ciudad brille.
-¿Podremos?- preguntó con miedo a que la reten, a que se burlen de su necesidad de volver al ver color.
-¡Podés! - dijeron con énfasis todos los integrantes de la familia.
-¿Y si es demasiado para mí? - temió fracasar.
-Para eso estamos nosotros. Vos sos la única que puede hacerlo, ¡pero eso no quiere decir que estés sola! Estamos con vos.

Al finalizar el día la ciudad estaba llena de color y vida, quizá algunas cosas no correspondían con su color original, pero a nadie le importó, así era como la niña lo recordaba, entonces así era como debía ser.

 Al otro día salió el sol.


-Sólo resta una cosa antes de que te marches. - Las palabras estaban llenas de nostalgia y felicidad.
La niña lo miró con los ojos abiertos y esperanzados, aquel viaje había sido increíble y aunque aún no entendía dónde estaba, sabía para qué estaba. Y eso la hizo sentirse llena y feliz.
-Ayer el detective se volvió loco al ver el color, comenzó a tener miedo de que su ciudad gris se derrumbase.
-¿Por qué hizo esto?
-¿Vos que creés?
-No lo sé, quizá se sintió amenazado por el color de alguna manera, o desplazado, o capaz alguien lo lastimó.
Se quedaron en silencio, la niña sintió que esa no era la respuesta que el abuelo esperaba y volvió a ponerse triste. Como si una verdad se escapaba, algo como el color de la margarita. No podía dejar de darle vueltas al asunto y pasaban los días y comenzaba a sentirse atrapada.
Por más que la ciudad era de colores, por más que ella lo hubiese hecho, sentía que le faltaba resolver el enigma del abuelo.
Pasaron las semanas, y el miedo volvió a atraparla, las noches se hacían más largas  y cada vez había más cosas perdiendo su color.
Salió a caminar para despejarse y encontró un letrero que la incomodó.

"¿Puedes perdonar de verdad?" obra de ya sabía quién.

Debía a caso perdonar al detective por hacer la ciudad gris, por quitar los nombres a las cosas y que pierdan identidad, por hacer que todas las margaritas tengan la misma cantidad de pétalos y den siempre el mismo resultado.
A medida que ese sentimiento de perdón la invadía, la ciudad se tornaba gris tras sus pasos - por delante el color, por detrás el gris. Comenzó a llorar desesperadamente, ella había devuelto el color y ahora lo quitaba, que injusto era todo. Y ese letrero, ¿Qué quería decir? Debía perdonar al detective por hacer la ciudad gris pero ¿a ella? ¿A ella quién la perdonaría por haber teñido de color y esperanzas y ahora quitárselo?
Y de pronto lo entendió, ella no había teñido de gris la ciudad. Lo había permitido. El color había vuelto, pero iba a permitir de nuevo que se lo quiten. Lo único que podía impedir que eso vuelva a pasar era el perdón. Ahí estaba la clave, en perdonar, como decía el letrero.
El perdón es válido cuando uno se siente arrepentido, no se puede perdonar al detective si él no se arrepiente de verdad, pero ¿ella? ¿Estaba ella a caso arrepentida?
Supo la respuesta al instante: ¡Si, lo estaba! No había hecho nada malo, pero dependía de ella impedir que alguien si lo haga en su ciudad, porque si lo permitía, dejaba de ser "Su ciudad" y pasaba a ser de él y eso no debía pasar.
¡Si, la solución era el perdón! Y ella, se perdonaba a sí misma.
Corrió, corrió veloz a contarle al abuelo que ahora entendía, y a medida que corría la ciudad volvía a brillar, pero no solo eso. Volvían los aromas, los gustos, las brisas. Se sentía viva.
El abuelo la esperaba con los brazos abiertos y ella se arrojó liviana y libre.
-Recuerda que allá donde vayas habrá muchos como nosotros, dispuestos a ayudarte a cumplir con todo lo que te propongas, a tenderte una mano cuando tropieces, a darte un hombro para que llores, a cocinar cuando festejes. Donde vayas, no vas a estar sola.
-Gracias. - dijo la niña emocionada. - Me llamo Carla.- y se desvaneció.

Carla abrió los ojos con cuidado encandilada por la luz de la ventana. Su ojo derecho escocía y recordó que había recibido un golpe allí cayendo aturdida y desorientada en el piso de la habitación. Se había desmayado con el golpe ; comenzó a llorar.
De pronto la ciudad gris apareció frente a ella. "No es mi culpa que se marchite", "Yo puedo devolver el color , cuento con ayuda, pero sólo yo puedo", "Me perdono por haberlo permitido, no fue mi culpa, pero depende de mí que no pase de nuevo" y el último pensamiento fue interrumpido por una doctora:
-No estás sola.
-¿Puede llamar a mi hermana?

Ya no había vergüenza.
                                                                                                                                                                   Mónica Thomas.

martes, 13 de noviembre de 2012


Fanfic
Por: Liliana Schneider
Rating: Mayores de 13 años.
Categoría: Romance, aventura, Het.



ALTERNATIVAS
Quinta parte

 


CABAÑA DE JACK:

“Pollo asado con papas” (seguro con un toque de cerveza) ¡Se huele perfecto! - pensó Sam al bajar de su auto y ser invadida e invitada a seguir la línea recta que trazaban esos aromas. Se percibía ese olor a hogar que ella quería ahora más que nunca.
Dio unos golpecitos en la puerta y enseguida recordó que tenía las llaves que Jack le había dado justo en su bolso de mano, lo iba a sorprender entrando a hurtadillas.
Jack sintió como unos brazos que le eran bien conocidos, lo rodeaban desde atrás, entonces cerró sus ojos y con sus manos acarició las manos de ella percibiendo su perfume y su calor.

-     Aquí hay unos aromas fantásticos, señor. – le dijo Sam.

-     Él se dio vuelta y ella no pudo contenerse de la risa al verlo con un delantal. El hombre de las mil armas luchando con replicantes y goa’ulds, el soldado de elite, el jefe...parecía... ¡su abuela!

-      ¿Qué?

-      Es que te ves como mi abuela. –le dijo ella partida de la risa. – Mira en cualquier otro hombre no me causaría gracia ¡pero de ti tengo una visión tan diferente!

-     ¿El delantal me hace menos hombre? - preguntó algo molesto levantando la cuchara de madera. – Estoy aquí hace dos horas pelando papas... ¿y tu te ríes de mi?

-      Jajaja, por eso te amo, ¡eres genial!

-    Ven aquí. – le dijo Jack. Y le dio un beso que la hizo caer en la cuenta de que todo eso era la casa que siempre soñó. Un lugar cálido, protegido de todos los avatares de la vida cotidiana con el hombre que siempre había soñado. Ya no faltaba nada, solamente ordenar sus vidas, disfrutar de todo aquello que se negaron por falta de tiempo y por su trabajo y “contárselo”, contarle a Jack por qué era tan importante la decisión que ella tomaría en los siguientes días.

-     Bueno mira si quieres encender las velas que tan románticamente pusiste en la mesa… me encantó el detalle, Jack... pues, ve y también siéntate que yo me encargo de servir la cena, tu ya hiciste bastante así que déjame continuarlo a mi.

-     ¡Esto se huele tan bien! – Decía Sam acercando su nariz y mirando el visor del horno.

-     Sí, pero no se me mal acostumbre, ¿eh?, usted debe cocinarme a mi, hoy era solo un agasajo.

-      ¡No seas machista Jack!

-      ¿Qué?

-      Jajajaja... anda ve y siéntate, yo lavaré mis manos y  ¡a la obra!

-      ¿Estás bien ya?

-      Estoy más que bien, TE AMO. - y lo besó diciéndole: - Ya te enterarás…

Jack se dirigió a la mesa y encendió las velas, se sentó y se puso a observarla. Diferente a lo que todos creían en el comando a él no se le pasaba ningún detalle, ¿será por eso que se enamoró de ella?, ningún hombre en su sano juicio podría no notar a Sam.
Era encantadora hasta cuando explicaba sus retorcidas teorías científicas, allí era donde él siempre se perdía, no tanto porque no le entendiera, se perdía en el entusiasmo que ella mostraba en su compenetración con el trabajo y por supuesto se perdía en sus ojos y en sus labios cuando ella hablaba tanto y tan apasionadamente...

La observó sacarse la chaqueta y sus zapatos.
El clima allí dentro era realmente acogedor se respiraba los aromas de las familias felices e invitaba a la relajación y a ella le gustaba pisar la madera de los pisos de Jack descalza...
Buscó una bandeja, abrió el horno, y acomodó todo lo mejor que pudo apoyándola con cuidado sobre la mesada. Se dio vuelta y le dijo:

-         Te  quedó magnífico. Ya sé cual es tu secreto. – y le regaló una sonrisa cómplice.

-         Y… ¡son recursos que uno tiene!

-         Sam rió como a Jack le encantaba.

-         Muy bien, - Le dijo ella acercándose con la bandeja. – ¿Te sirvo?

-     Por favor. – Y le acercó el plato.

-     Sam, me vuelves loco…

-     ¿Por qué?

-     Eres hermosa, así descalza en nuestro hogar.

-     Jack, dijiste “nuestro hogar”.

-    Y qué pasa ¿no es así? Por lo menos para mi es así como lo siento desde que hicimos el amor allí. –le dijo señalándole con su mano la pieza.

-    Ella puso la bandeja sobre la mesa y lo rodeó con sus brazos.

-    Es justamente eso lo que tenía que decirte. – Se sentó a su lado y tomó las manos de él mirándolo fijamente con sus ojos azules enrojecidos.

-    Tenemos que mudarnos juntos, creo. - Dijo riendo y bajando su cara al piso.

-    Jack se la levantó con una mano y le dijo:

-     No te puedo ofrecer más que esto, tú lo sabías, no sin renunciar...

-     Jack, espera, yo voy a renunciar.

-     No Sam, no debes, no por mí. No quiero que dejes tu carrera y todo por lo que luchaste, sería egois...

-         Jack, mi amor, espera... ¡Vamos a tener un hijo! ¡Voy a darte un bebe! Estoy embarazada.

El se quedó con la boca abierta mirándola, y en unos segundos sus ojos se colorearon en rojo.

-         Que ¿qué? – le dijo riendo de emoción- ¿Vamos a ser...?

-     Sí, sí mi General, tendrá a alguien más que a mi a quien cuidar de ahora en adelante.

-     Pero Sam si eres tú la que siempre me cuida...

-     Entonces cuidaré de los dos. Quiero que sea alguien con tus ojos Jack, con ese brillo maravilloso de niño que siempre tienes.

-    Sam, no lo puedo creer, pero… no Sam, ¿qué dices? los tuyos son los ojos mas bonitos que existen. Ya sé que si es niño querrá tener mis ojos porque las mujeres se vuelven locas con mi mirada. Le dijo para romper un poco el llanto de Sam-

-     Ay, mira que eres...

-     Jajaja.... no lo creo, ¡voy a ser papá! Y… ¿cuándo te enteraste?

-     Bueno tenía mis dudas, sabes, por una serie de mareos, nauseas y otras cosas que las mujeres sabemos, y bueno, me analicé yo misma en el laboratorio esta mañana, antes de la misión.
Te lo iba a decir a la noche, o sea ahora, pero me desmayé en las  conversaciones en aquel planeta y bueno, el resto ya lo conoces...

-     Ven aquí – Estiró sus brazos y le hizo una casa con ellos.- Vengan aquí.

-     Entonces, ¿qué pensaste? ¿Qué quieres que hagamos? – le decía él mientas la mantenía abrazada.

-     Lo que te dije, ya no hay grandes amenazas en este mundo que requieran de mi, no soy imprescindible y ahora estoy embarazada, tal vez más adelante cuando el bebé me deje, busque trabajo en otro área donde no seamos oficial y subordinado, ¿comprendes?

-     No es justo Sam que tengas que dejar lo que amas...

     -     Pero es que no lo entiendes Jack, que mis prioridades ahora mismo son   tu y este bebe. –le dijo tocando su vientre.

-         Si quieres yo renuncio, lo hago...

-     No mi amor, tu trabajo ahora que no cruzas por el portal es mucho más seguro. Además quiero vivir la experiencia de mi maternidad, parar por una vez y dedicarte...dedicarnos todo el tiempo, quiero ver crecer mi panza en un hogar seguro, no quiero estar sola en mi casa, ¿sí me entiendes?

-    Te quiero, te quiero, mi princesa, si todavía no lo creo, después de lo de Charlie- A Jack se le pusieron sus ojos llenos de lágrimas. – Después de su muerte, pensé que la paternidad no era para mí.

-         No digas eso Jack, fue un accidente...

-         De acuerdo. Te vendrás aquí entonces, ¿quieres?

-     Con toda mi alma! Deseo que nuestro bebé se aclimate a este sitio. -decía ella mirando hacia la ventana. –A este hogar que quiero que le preparemos  juntos.

-    Espera!  - Le dijo él. Se levantó y se dirigió a su habitación.

Sam quedó perpléja.
Volvió en menos de un minuto con algo en sus manos.

Se acercó a ella, se arrodilló, se quedó mirándola por dos segundos que a Sam le parecieron eternos y le dijo mostrándole una cajita:

-         Este anillo perteneció a mi madre, se lo dio papá para sus bodas y según me dijo mi madre le perteneció a mi abuela irlandesa.

-         Sam sabía a donde iba todo aquello y unas lágrimas rodaron por su mejilla sin proponérselo.

-         Antes de que el General HAMMOND me llamara para volver y armar el SG.1, justo un mes antes, mi madre murió y me dejó entre otras cosas “este anillo”. – Abrió la cajita y se lo mostró. 

-         El anillo de bodas de ella y papá. – Volvió él a repetir mirándolo como quien mirase el anillo junto con la mano de su madre desde que él tuviese uso de razón, todo un escenario alrededor de esa joya de increíble valor sentimental para Jack O’Neill.

-         Es hermoso Jack – Le dijo Sam sin atreverse a tocarlo, sabía que en ese momento él estaba recordando a su madre.

-         Ella me dijo que no estuviera triste por mi separación ni por mi sentimiento de culpa por lo de Charlie.- Continuó él. – Que en cuanto menos lo esperase llegaría alguien a llenar todos mis espacios vacíos.

A Sam se le hizo un nudo en la garganta, Jack se refería a la muerte de su hijo, la perdida de su esposa, y la de su madre que estaba próxima, no pudo evitar pasarle la mano por su cabeza, por su hermoso pelo revuelto.

-         ...Y así fue, te conocí a ti y el comando y todo por lo que luchamos le dieron un nuevo sentido a mi vida, luego me fui enamorando más profundamente de ti, en parte por los momentos que pasamos juntos, tu sabes, enfrentar la muerte, momentos de desesperación, estar a tu lado cuando enfermó tu padre  antes de que se uniera a la Tok'ra. Todo eso me hizo quererte mas y más cada día, pero en parte también por el hecho de que nuestra relación era imposible, me resigne sólo a tenerte cerca.

-         Mi amor... –Le dijo Sam al borde de las lágrimas.

-         Pero mi madre tenia razón, te encontré, solo que en el lugar equivocado, ella me dijo que si encontraba a esa mujer que me hiciera feliz como papá la hizo a ella pidiera su mano y se lo entregara para siempre, junto con mi corazón.

-         Jack, esto... todo esto que me dices. –Ella sabía cuanto a él le costaba expresar sus emociones, así que todo esto tenía doble mérito – Te amo Jack.

-         Espera, no es todo...

-         Ah, ¿no?

-         No. Antes de que lo puedas llevar hay una condición.

-         Sí, ¿cual? – Ella lo sabía, pero le seguía el juego.

-         Samantha Carter, te quieres casar conmigo y seguir compartiendo tus días con este “perdedor”. – Dijo irónico señalándose a sí mismo.

-         No. –Le dijo ella con una sonrisa ancha de oreja a oreja. – Claro, General, esperaba la propuesta desde que yo era Capitán, ¿recuerda?

Se abrazaron los tres envueltos en felicidad, algo que ellos lo tenían bien merecido.

********************************

Tres días más tarde...

Base Militar de la Montaña Cheyenne,  7AM.

Sam se encontraba redactando su dimisión cuando dos soldados irrumpieron el su oficina junto a un hombre vestido de militar de bajo rango.

-         ¿Coronel Samantha Carter?

-         Sí, soy yo. - dijo Sam con los ojos enormes.

-         Vengo a dejar esta notificación para usted de los Tribunales de la Corte de Justicia Militar.

Ella palideció. Tomó la carta temblando por la tensión nerviosa del momento, y cuando los hombres salieron se dejó caer es su sillón pesadamente sin abrir el sobre.

-         Ellos se enteraron de alguna forma. (Estaba furiosa) ¿El doctor, tal vez?
No, no podía ser él, se lo había prometido y desde que murió Janet, la verdad que este hombre supo ganarse su confianza.

Seguro que esto se basa en mi relación con Jack, infringiendo el código de ley marcial porque quedé embarazada de él bajo su comando. A los militares no les gusta verse ridiculizados, ¡maldita sea! Seguramente a Jack también le estén dejando la citación.

Pero, ¿cómo pudo filtrarse tan rápido la noticia? Si apenas hace unos días ni yo misma lo sabía. 

Sam especulaba llena de temor, sabía lo duras que eran las cortes marciales. Lo ofensivo que era para el tribunal que militares de alto rango no siguieran los códigos impuestos, o los ignorasen. Aplicarían todo el peso de la ley en ellos, los usarían para ejemplificar. Para decir: “Cuidado, esto es lo que no se debe hacer”. Se levantó de su sillón para dirigirse con el sobre en mano a la oficina de Jack.

Continua en el último capítulo...

sábado, 10 de noviembre de 2012


Relato corto.
Por: Carola Ferrari.
Rating: apto todo público
Categoría: Drama 

El Umbral

La velada en Villa del Dique resultó gratificante. El motivo  había sido festejar que Virginia acababa de recibirse de Martillera.
Brindaron, comieron y charlaron. Como era día de semana, terminaron temprano y se despidieron organizando la próxima cena en Santa Rosa.
Las localidades se encontraban a menos de quince kilómetros por lo que hacía más simple que los matrimonios se juntaran con frecuencia.
En la ruta viajando a casa la pareja conversaba en voz  moderada, para no despertar a los niños.
-         ¿Mañana dónde te toca la escritura?
-         En Río Tercero, tengo que estar a las ocho en punto, un embole…
-         ¿Por qué tan temprano? ¿No podés decir que vivís lejos, así te las organizan para después de las nueve, por lo menos?
-         No,  no sé.  Nunca se me ocurrió… necesito vacaciones urgente. Estoy reventado, Vicky, siento como si un tren me hubiera pasado por arriba.
Pero  el  tren era  el  de  todos  los días.  Fernando vivía      estresado. No sólo el trabajo lo tenía mal. Él encarnaba una especie de mandato que lo ponía en el traje de súper héroe. Y ese ímpetu por ocuparse de los problemas de todo ser que habitara Calamuchita y alrededores, lo extenuaba  física y espiritualmente. (Un súper héroe, al final del día, siempre acaba sintiéndose solo)
-         ¿Hiciste las reservas? – preguntó ella, sabiendo que no valía la pena pedirle un cambio de actitud: dedicarse tiempo para sí o aprender a decir no.
-         Paula quedó en llamarme, pero se ve que se fue de viaje.
-         Reservemos con Lozada; si nos demoramos, nos vamos a quedar sin vacaciones.
-         Sí, pero esperemos un poco. Prefiero comprarle a alguien del pueblo, aunque nos salga unos pesos más.
-         Está bien, pero hay que agilizarla. Pasáme el número de la agencia así la llamo y le pregunto.
-         No, dejáme a mí. Hoy no pude, pero mañana sin falta la vuelvo a llamar.
Ella resopló sin decir palabra. Sabía que su marido no podía delegar ni siquiera una llamada.
Quedaron en un silencio tenso. Fernando insultaba entre dientes porque una luz titilaba en el tablero del auto, alertando alguna falla.
Una maniobra brusca y una bocina insistente despertaron a Lucía, quien sobresaltada  preguntó a los padres:
-         ¿Qué es ese humo? – y refregándose los ojos intentaba hallar explicación al fenómeno del paisaje.
-         No es humo, es ceniza – respondió Fernando mirando con intriga la ruta.
-         No es ceniza, en Santa Rosa debe haber llovido y como la ruta está caliente, el agua se evapora – dijo la madre, que tampoco entendía de qué se trataba esa nueva bruma.
-         ¡Pero que va a ser vapor! es neblina, mirá cómo se ven los árboles… – acotó el padre.
-         Ma, fijate en las montañas…
El matrimonio y la niña miraban el paisaje, que les resultaba extraño. No era el de siempre. Una especie de niebla parecía reptar entre las montañas y los algarrobos, abrazando la tierra. El más pequeño continuaba durmiendo impávido.
La luna llena devolvía imágenes que la familia desconocía. Parecía un juego perverso entre la luna, la bruma y los árboles.
No se veían las casas de siempre, todo se perdía en una nebulosa que no era  vapor… que no era humo, ni ceniza...
Doblaron donde siempre y llegaron a su casa. El barrio no era su barrio. Pero allí estaba su casa y la del vecino, que a pesar de ser la madrugada, tenía una luz encendida y una figura asomada en la ventana.
Mientras bajaban cargando abrigos y juguetes, notaron el parabrisas roto y el frente del auto chocado: como si un camión les hubiera pasado por encima.
Virginia ahogó un grito de terror. Abrazó a sus hijos mientras las lágrimas se le escapaban.
         No puede ser… pensó Fernando. ¿Lo chocaron estacionado y no lo ví cuando subimos? Imposible, con este palo no hubiera siquiera arrancado… ¿chocamos en la ruta? Deberíamos haber sentido el golpe o  el viento en el parabrisas...
Como respuesta divina, la bruma se hizo más espesa, se les metió en el alma.
Se sintieron livianos, sin el peso del cuerpo. Como almas desnudas que flotan sin fuerza, en un sueño inventado.
Querían despertarse o querían dormir para soñar que todo era imaginado. Tal vez la vida fuera tan sutil que finalizara en un umbral imperceptible, tal vez esa fuera la vida eterna… o tal vez realmente fuera un sueño, una pesadilla compartida.

Carola Ferrari.